miércoles, 14 de diciembre de 2011

Internado de pregrado, año crítico en la vida del médico



Dr. Eduardo Solís Tinoco

¿Cómo fueron esos 12 meses de nuestra educación médica? Estudiantes en el ISSSTEP me invitaron, hace años, a ser orador en su ceremonia de despedida. 
Palabras más, palabras menos, aquella mañana les pedí reflexionar sobre sus aspiraciones

¿Qué ocurre el último día del internado de pregrado? Durante el año, los estudiantes de medicina tienen vivencias que recordarán con mayor o menor precisión con el paso del tiempo. La memoria transforma todo: lo hace más intenso o más cansado, más significativo y a veces un poco melancólico. Así es la memoria del ser humano, siempre complaciente, siempre otorgándonos una historia congruente con lo que somos o con esa persona en que nos hemos convertido.

El internado de pregrado, la recta final de la formación como médico, es un periodo en que se cumplen objetivos. Pero, ¿cuáles objetivos? Y, honestamente, ¿de quién son esas metas?

Antes de que los estudiantes lleguen al hospital, el programa de estudios ya está hecho, las rotaciones, las actividades asistenciales asignadas, los horarios, la información. Quien se apegó a ese programa, seguramente cumplió con los objetivos de la institución; pero, sus objetivos, los personales, los propios, ¿se cumplieron? ¿Los tenían, en realidad?

¿Qué hay de sus propias aspiraciones, sus capacidades, sus inquietudes personales, su estado de salud, su fortaleza? Y, de nuevo, ¿cuáles son los objetivos de cada uno?

Cuando somos estudiantes, a punto de iniciar el internado, nos imaginamos muchas cosas como actividades médicas intensas, que nos convertiremos en discípulos de maestros expertos que enseñarán un arte, una ciencia; que pasaremos horas en la biblioteca estudiando para poder diagnosticar y tratar con conocimiento a los pacientes, y que ellos te lo agradecerán con palabras afectuosas.

Pero al terminar, ya no se imagina uno nada; al finalizar, se sabe. Reconocemos que entre todas las actividades solo algunas fueron médicas, que en realidad nadie enseña, que no hay un maestro designado, que cada uno tuvo que aprender, que no hay conocimiento sino una desmesurada cantidad de información, que ni siquiera pudimos conocer la biblioteca y a pesar de eso había que prescribir, que los pacientes no siempre fueron agradecidos y que a veces no hubo modo de que los curáramos, y ni siquiera hubo manera de consolarlos. También es claro que las horas de desvelo no siempre estuvieron motivadas por el bien de un paciente, sino que a veces fueron capricho de algún médico déspota o arbitrario.

Hay quienes ven el internado de pregrado como un paso intermedio, como un purgatorio. Pero ese año y la carrera entera de medicina son valiosos en sí mismos, cada momento. ¿O disfrutamos de unas vacaciones cuando terminan? ¿Acaso disfrutamos de una buena comida hasta que nos la hemos devorado toda? ¿Gozamos una relación amorosa sólo cuando concluye?

¿Por qué suponer que cuando el internado concluya, que cuando el servicio social haya terminado, que cuando seamos por fin especialistas, vendrá algo mas por añadidura que no supimos encontrar en el camino?

Ese año no debe medirse en términos de fácil o difícil sino de útil o inútil. Quienes lo recuerdan como largo y rutinario quizá fue porque hicieron siempre lo mismo, una tarea aburrida, casi una condena. Les propongo mirarlo desde otro punto de vista.

Hay gente que al final de su vida lamenta lo breve que le resultó; hay quienes lloran por un día más, por otra oportunidad para concluir proyectos, para hacer las cosas que querían genuinamente, porque desperdiciaron el tiempo tratando de responder a los intereses de otros, porque no tuvieron el valor y la dignidad de ocuparse en lo verdaderamente importante para ellos mismos. ¿Y en qué debiera ocupar su tiempo un ser humano que se digne de serlo?, en sí mismo, en nadie más, en satisfacer sus propias aspiraciones y convicciones.

Al terminar el internado hay médicos a quienes les sucede lo mismo. Y lo peor es que se dan cuenta que el siguiente año, y el próximo, y el otro, serán los jefes, los pacientes, los grupos y hasta los amigos los que exijan el tiempo, ¡su tiempo!, su vida.

Si el internado, en el día a día, fue útil, productivo, trascendente, agradézcanlo al temple de su personalidad. Si en el recuento final alguien dice que fue inútil, agobiante, le invito a recordar que no fue más que parte de su vida, un lugar y un momento en el cual su personalidad afloró y se manifestó.

Y su decisión de hacerse médicos ¿es verdaderamente propia? ¿O es producto de la coerción de intereses de familiares, de novios o amigos? El lugar y la forma como se vive, ¿es consecuencia de una decisión personal, de un plan?, ¿o es simplemente la forma más cómoda de lidiar con la angustia?

Médicos y profesionistas en general: vivan, hagan, experimenten por ustedes mismos y no por alguien más. A nadie le deben tanto como para dedicarle su vida, su tiempo; ni a los maestros, ni a los amigos, ni a los padres, que lo mejor que pueden esperar es que sean ustedes mismos. No hagan algo esperando cumplir y satisfacer expectativas ajenas de grupos, por satisfacer los deseos familiares de “que mi hijo sea médico, que sea especialista”. A los padres les bastará con que los hijos sean ellos mismos y los vean felices. Alégrense con lo que tienen y viven, con el servicio a la gente, con el trato y contacto con la comunidad, con los pacientes.

No menosprecien un año esperando el próximo, no menosprecien la medicina general esperando la especialidad, no menosprecien el presente esperando el futuro, que nadie lo tiene garantizado; no tenemos otra cosa más que el presente. En la educación médica, ningún conocimiento y ninguna práctica importan hasta que cada uno es capaz de crearse su propio sentido.

Un año de internado, doce meses de marcha contrarreloj, de angustias, de desafíos, de incertidumbres, y de muchos desvelos. Ha terminado. El último día se sabe: ahora hay tiempo para dormir; pero creo que es mejor aprovecharlo para soñar.

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